A 200 años de Liszt

por Patricio D.

“Que el aplauso del artista te sea más valioso que el de la gran multitud”

Robert Schumann

Este año se cumplen 200 años del nacimiento de Franz Liszt. ¿Para qué están los aniversarios y las fiestas, sino para volver una y otra vez a lo que vale la pena? Si el año pasado se celebró a Mahler, este año los teatros y músicos del mundo (y detrás de ellos, las disquerías y librerías) conmemoran a quien fuera unos de los héroes del romanticismo musical, al brujo del piano, al virtuoso inalcanzable, al visionario-místico del arte total, al padrino de toda una generación de “revolucionarios”. Pero detengámonos un poco. Todos estos epítetos rimbombantes pueden hacerle un flaco favor a nuestro compositor. Claro, su música es criticada o menospreciada justamente por ser demasiado ampulosa, exagerada y ultra-recargada, o sea, por ser supuestamente pura fachada y externalidad. La opinión de grandes músicos y entendidos parece confirmar este juicio común. Debussy, con la fiereza de quienes se cambian al bando contrario, lo llamó “El mayor charlatán del siglo XIX”. Schönberg y Bernard Shaw no podían aguantar esa “música relamida y efectista”, llena de “efluvios melodramáticos”. ¿Porqué este juicio tan extendido, sobre todo entre músicos y melómanos tan eximios? La explicación se remonta, en parte, al mismo Liszt. El húngaro tenía una personalidad multifacética: era, al mismo tiempo, un virtuoso show-man, un exhibicionista de la técnica, un teórico de la armonía, un hombre profundamente religioso, un solitario y un seductor empedernido. En su enorme producción musical a veces se encuentran obras en que alguno de estos aspectos destaca más y que pueden, por ello mismo, resultar desagradables. Pero, ¿qué faceta en exceso es la que puede desagradar o aburrir? Creo que un pequeño análisis de alguna obra nos puede echar luces sobre esta cuestión.

Tomemos dos obras famosas para piano de Liszt: la rapsodia húngara no.2 y el “Sueño de amor” (Liebestraum) no. 3. Ambas pueden desagradar al crítico de Liszt por su “efectismo”. Pero si miramos la cosa más de cerca, veremos que son piezas muy distintas.  La primera es un ensamblaje de melodías “húngaras” fáciles de tatarear, presentado en un paquete de mucha técnica pianística y ritmo infartante. El Liebestraum no. 3, por el contrario, es un pieza que también exige mucha técnica, pero de tema sentimental y atmósfera de nocturno. Ambas son famosas, pero no tienen el mismo nivel. La primera resulta aburrida porque su núcleo es la pirotecnia rítmica, mientras que la segunda puede ser escuchada una y otra vez y no hostigar, porque ofrece al auditor un todo “magníficamente construido”(Azkenase).  Creo que esta comparación se puede aplicar a otras obras de más peso. Liszt escribió mucho, quizá demasiado. La obra para piano de Liszt llena casi 60 discos (pensemos que la obra de otro inmenso pianista, Chopin, alcanza 15), y no todo es de la misma estatura. ¿Cómo separar la paja del trigo en las obras para piano?

La respuesta más fácil y quizá la más adecuada consiste en que hay que escuchar sus obras y juzgarlas en la audición. Pero quien se quiere ahorrar esta tarea (que puede ser casi musicológica) puede recurrir a un criterio más especulativo: discernir previamente las obras de Liszt según la fuente de inspiración o móvil que sea más genuino y más profundo en sí mismo. Tenemos la suerte de que, como buen romántico, Liszt mezclara a la música con todo tipo de motivos extra-musicales y que además la mayoría de las piezas puedan ser contextualizadas. Así, tenemos obras escritas para el deleite de aristocracia de salón (y para seducir a alguna de las presentes) otras fruto del espíritu patriótico, otras como pasatiempo-estudio (las transcripciones, por ejemplo), y al fin, otras obras que parecen nacer su genio musical y que por lo general tienen una inspiración en temas metafísicos, estéticos y religiosos (la muerte, Dios, los misterios de la fe católica, la naturaleza, la literatura de Dante o Petrarca, lo fáustico, etc.). Según este criterio “filosófico”, las obras más interesantes serían estas últimas. Alguien podría objetar que estamos imponiendo una medida externa al compositor mismo, y peor aún, externa a la misma música. Esta objeción sería válida si este criterio se arrogase la validez absolutamente a  priori; pero este no es el caso con Liszt. Si examinamos su vida, veremos que ciertos hechos resaltan y otros se quedan en la trastienda, y que por ejemplo, Liszt mismo consideraba que dentro de sus -por decirlo así- múltiples yos, la religión católica jugaba el rol fundamental. En una carta fechada en el día de la Santa Cruz, Liszt le confidencia a la princesa Sayn-Wittgenstein (que casi fue su esposa) que Cristo ha sido lo más potente y profunda inspiración de su vida, y manifiesta el deseo de morir habiendo recibido “los sacramentos de la Iglesia católica, apostólica y romana, y con ello conseguir el perdón y remisión de todos mis pecados. Amén”. Si nos acercamos a las obras religiosas para piano, nos encontraremos con obras maestras. Lejos de la bulla de los salones y del exhibicionismo paganinesco, tenemos el ciclo de Armonías poéticas y religiosas (1853), un conjunto de piezas inspiradas en poemas de Lamartine, que llama la atención por su profundidad, variedad y  a ratos  escalofriante seriedad. Aquí la técnica está indiscerniblemente unida con el contenido. Aún más acabado e interesante es el ciclo Años de peregrinación (1:1855; 2: 1849; 3:1877), que a juicio de muchos, contiene lo mejor de la producción lisztiana para piano, junto con la sonata en Si menor (1854). Los Años de peregrinación es el producto re-elaborado de los años de viaje que Liszt llevó a cabo con la condesa Marie d’Agoult, mujer casada que se fugó con el músico y que le dió 3 hijos durante tres años de “peregrinación” (algún crítico ha notado con sorna que el título del ciclo no es muy elogioso para la condesa). Cada pieza es un pequeño microcosmos, un retazo del universo musical lisztiano. Nuevamente, la inspiración se nutre de la naturaleza, el arte, el heroísmo romántico (Tell, Obermann), y los misterios de la religión para brindarnos un ciclo pianístico lleno de nervio, complejidad y maestría. Claudio Arrau tenía

Los juegos de agua de la Villa d'Este
«¿Acaso Debussy no le debe todo a Liszt?» (Busoni). Juegos de Agua de la Villa d’Este, Roma

entre sus favoritas a unas cuantas piezas de los Años de peregrinación (Les Jeux d’eau  à la Villa d’Este, Vallée d’Obermann, Après une lecture du Dante), y muchos grandes pianistas han abordado este ciclo en algún momento de su carrera (Brendel, Horowitz, Janis, Barenboim, Kempff, Bolet, Busoni, Cziffra, etc. ).

Estos dos ciclos muestran, en suma, a un Liszt reflexivo, alejado de la parafernalia de salón y del efectismo que a tantos les resulta, con justicia, tan aburrido. Pero si hablamos de justicia, éste es el Liszt que ha de ser tenido en cuenta para juzgar su obra. Y de paso, puede ser también una oportunidad para pensar que en el arte, al igual que en la ética, el querer darle en el gusto a una mayoría puede ser un motivo muy pobre para hacer algo que valga la pena.

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(1) Años de Peregrinación

-Alfred Brendel (1, 2) y Soltán Koczis (3) Annés de Pelèrinage. Philips (¿hoy Decca?). 2 cds.

-Jeno Jandó, Années de Pèlerinage. Naxos. 3 cds.

-Leslie Howard, Années de Pèlerinage, en The complete music for solo piano, vols. 12, 39, 43. Hyperion. 3 cds.

-Daniel Baremboim. Annés de Pèlerinage (1). Deutsche Grammophon. 1 cd.

-Lazar Berman. Annés de Pèlerinage (completo). Deutsche Grammophon. 3 cds.

-Jorge Bolet. Annés de Pèlerinage (1 y 2, más piezas del 3), en Piano Works, Decca. 2 cds.

 

(2) Armonías poéticas y religiosas.

-Leslie Howard, Harmonies Poétiques et Réligiuses en The complete music for solo piano, vol. 7. Hyperion. 2 cds.

-Philip Thomson, Harmonies Poétiques et Réligiuses, en Complete Piano Music, vols. 3-4. Naxos. 2 cds.

9 comentarios

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9 Respuestas a “A 200 años de Liszt

  1. Constanza Giménez

    Super bueno el artículo, interesante. Gracias por las referencias discográficas. Recomiendo de Liszt el Vals Mephisto (no sé cómo se dirá en alemán) que según leí era uno de los favoritos de Arrau. =)

  2. GR

    Buen artículo, Pato. Sólo eché de menos alguna mención a una obra, bien conocida por todos, sin la cual el brujo no sería el brujo: los 12 Etudes d’exécution trascendante. Quizás -quizás no- las tomas por piezas cuyo motivo no pasa el test del criterio «filosófico»: su virtuosismo técnico, de hecho, podría a ratos parecer un fin en sí mismo. Creo que esto calzaría quizás con algunos estudios de concierto, o más todavía con los 6 trascendentales d’ après Paganini. Al contrario, algunos de los 12 trascendentales hay que reconocer que son inspirados, tanto desde el punto de vista técnico como desde el programático (Vision, Harmonies du soir y el nº10, por ejemplo) ¿No crees?

    Saludos, GR

  3. Pato D.

    Los Estudios Trascendentales para mi caerían dentro del grupo de las obras notables de Liszt (como los «Años», las «Armonías»). No hice mención de ellos sólo para no hacer tan largo el artículo. Si bien es cierto que los estudios tienen mucho de pirotécnico, para nada se podrían reducir a eso (como es el caso de algunas «rapsodias húngaras» a mi juicio)

    Me acuerdo que hace unos años fue el famoso pianista Boris Berezovksy al Teatro Municipal a tocar los Estudios completos. Fue un espectáculo bestial tanto desde el punto de vista técnico como desde el punto de vista del contenido musical. Es interesante ver cómo evolucionó Liszt: en su juventud publicó la primera versión de los estudios -de la cual Schumann se quejó diciendo que estaban escritos como para 5 pianistas en el mundo- y luego, mucho más adelante, los reescribió y recreó, quedando tal como los conocemos por los discos o conciertos. La segunda versión es mucho más bestial, más sinfónica en todo sentido que la primera. Es claro que Liszt fue derivando de menos a más. Para mi, los mejores son «Ricordanza» y «Harmonies du Soir». De los estudios de concierto, «Un sospiro».

    Arrau dice en una entrevista: «Liszt es un gran gran gran artista». 3 veces insiste el chillanejo.

  4. John Felton

    Oye Pato, el año pasado, o bueno, en en Mayo recién pasado, fui a un concierto de una joven promesa sudafricana, Ben Schoeman, y el programa fue prácticamente tomado de Années de Pèlerinage: Vallée d’Obermann, Les Jeux d’eaux à la Villa d’Este, Venezia e Napoli (esta última, me tocó el cuore). Sólo quería hacer notar que produjo un hondo impacto en mi alma. Sobre todo Tarantella, de «Venezia e Napoli».

  5. MCHF

    Que grata sorpresa dar con este artículo y que gran homenaje lo escrito, celebro en particular el comentario de fondo, fruto de un conocimiento sensible, más allá del ámbito biográfico que podría dar cualquiera que supiera algo de Liszt. Muchas felicitaciones Pato. En lo personal, no fue sino en muchos años que llegué apreciar el valor real de la obra de Liszt, a simple oreja no hubo caso. De viejo y luego de efectivamente escuchar sus obras es que surgió espontáneo, el inevitable reconocimiento. Por otro lado, creo que el hecho que Liszt viniera de fábrica (además de su propia disciplina), con el típico arsenal de músico exitoso: oído absoluto, memoria discográfica, lectura a primera vista (una de las dos mejores de la historia), capacidad armónica y orquestal fuera de lo común; hacía todo demasiado fácil para él, (las dos anécdotas sobre como leyó el concierto para piano y la sonata piano-violín de Grieg a primera vista, en el primer caso tomando piano y orquesta juntos y en el segundo piano y violín juntos, haciendo una reducción mientras leía a primera vista, pero que bestia!!!, un verdadero coloso (y ojo no sólo con Grieg lo hizo). Todas estas credenciales le juega en un poco contra hoy ya que es precisamente esta fama a priori dada su capacidad, que marcó su tendencia al Show-business, pero no cabe duda alguna que logró dar un uso músical profundo a toda esa pirotecnia. Por otro lado el hombre vivió en plena época Romántica por favor, ¿quién le podría reprochar haber sido: un libertino, un santo, un amante, un traidor, un diablo, un patriota, etc. todo esto agitado y no mezclado?. Concuerdo plenamente contigo Pato, es fácil achacarle banalidad virtuosística a la obra de Liszt, pero es una pirotécnia con fines musicales trascendentes, entendiendo la música por el piano y desde el piano y emanando de una de las mejores mentes musicales de la historia (hay que reconocerlo). Por otro lado, algo artísticamente loable y poco común fué que Liszt evolucionó a lo largo de los años, a diferencia de varios de sus contemporáneos que musicalmente se quedaron pegados, su música maduró junto con él. En relación con esto último, y para evitar terminar escribiendo un artículo paralelo, me permito dejar unos links con otras obras destacables que antes no se mencionaron incluyendo un par de sus últimas piezas, como prueba de lo acertado de la cita de Busoni en el la foto de la cascada del artículo.

    – Reminicencias sobre Don Juan (toca: Lang Lang)


    Advertencia: mirar la cara de Lang Lang puede alterar la evaluación objetiva de la pieza.

    – Bagatelle sans tonalité (o el Quasi-Cuarto vals de Mefisto)

    – Nuages Gris (aparace en Eyes Wide Shut de Kubrick)

    Las últimas dos: con razón Debussy le tenía mala, Liszt lo hizo antes.

    PD. Para terminar con Arrau también, cuento que cuando el pianista Manuel Montero estuvo en la casa de Arrau en NY, luego de ganar el ciclo superior del concurso Arrau de Quilpué, le preguntó al Maestro con que pieza debía continuar estudiando, Arrau quedó pensando y luego sugirió: «mire, yo creo que Ud. debe continuar con el Concierto en Mib de Liszt» le dijo… Manuel en aquel entonces (y aún hoy) internamente se mata de la risa pensando: como puedo abordar una obra que requiere una madurez musical tan grande siendo yo tan chico todavía… la razón de la sugerencia…

    El Maestro piensa en una obra de calidad, que obligadamente hace crecer.
    El Discípulo al revés piensa que sólo alguién que ya creció puede tocar esa obra de tan alta calidad. Pero sin duda en la actitud de ambos se lee el mismo hecho: que el autor de esa obra, capaz de causar tal divergencia, es definitivamente un músico de excepción histórica.

    • Estimado MCHF, muy bueno tu comentario, gran aporte. Sólo me gustaría agregar que considero a Lang Lang (pese a su innegable talento) un pésimo exponente de cierta moda pianística de la actualidad: el piano como show pirotécnico para entretener a las multitudes, de la mano del marketing y de la virtuosidad entendida como rapidez mecanógrafa. Richter hacía apagar las luces en sus conciertos, para evitar que los curiosos se fijaran más en los dedos que en la música. Un buen apagón le recomendaría a Lang Lang

      • Marcelo Chiang Flores

        muchas gracias Pato por tu respuesta, disculpa nomás el delay de la mía. Aprovecho de darles muchas felicitaciones a Uds. los redactores del blog, ¡cuantos temas tan interesantes y que bien desarrollados!, una brisa refrescante hoy en plena era de opinología absurda en donde la superficialidad de las discusiones ha transformado la «postura mental» de las personas en una simple «pose». Como se nota los beneficios de la mente Filosófica. Felicitaciones y gracias.

        Pd. empero, no puedo dejar de indicar que «el piano como show pirotécnico para entretener a las multitudes» que mencionas, es la esencia del espíritú Lisztiano (¿lamentablemente?). Al igual que el apagón, la primera vez que ví a Lang² tocar, quise rociarlo y prenderle fuego; luego de un tiempo deje de verlo y comence a escucharlo… aunque a veces miro los fósforos pero eso sí, sin dejar de escuchar. Un abrazo y de nuevo felicitaciones por su blog.

        Cordialmente

        Marcelo Chiang Flores.

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