Archivo mensual: octubre 2011

‘Bartleby’ y ‘Wakefield’: relatos raros del siglo XIX

por José Antonio Giménez Salinas

En 1849 Herman Melville se instala en Massachusetts, donde iniciará una profunda amistad con el escritor Nathaniel Hawthorne y el pensador Ralph Waldo Emerson. Testimonio de esta relación es la dedicatoria de Moby Dick ‘al genio de Hawthorne’ (1853). Melville, hombre de espíritu viajero, Hawthorne, encerrado en su biblioteca.

Bartleby de Melville (1853) y Wakefield de Hawthorne (1835) son dos historias tremendamente atípicas, en parte incomprendidas en su tiempo. Bartleby recibió una crítica inmisericorde; Wakefield parece no caber dentro del espíritu moralista de los relatos de Hawthorne.

Bartleby cuenta cómo el personaje homónimo entra a trabajar en una oficina de abogados como escribiente. Conocemos por medio de su jefe, quien oficia de narrador, el extraño comportamiento del protagonista. Ante peticiones de diverso tipo responde ‘preferiría no hacerlo’ (I would prefer not to), sin entregar justificación alguna ni mostrar señal de contrariedad. La desobediencia pasiva va escalando en el relato, hasta negarse – siempre bajo la forma de la ‘preferencia’ – a abandonar la oficina ante el despido por parte del abogado. Desesperado, el narrador ‘escapa’ de Bartleby, primero dejando su oficina, luego huyendo de la ciudad. El escribiente, quien tras ser desalojado de la oficina, rehúsa dejar las dependencias del edificio, termina por ser encarcelado. Acurrucado a un muro del jardín y ‘prefiriendo’ no aceptar la comida que se le ofrece, Bartleby acabará muriendo. El narrador reflexiona sobre las causas del comportamiento del escribiente: al parecer había trabajado en la oficina de ‘cartas sin remitentes’ (dead-letters), sugiriendo que en el hombre habitaba una profunda tristeza e indiferencia frente a la vida.

Wakefield toma como punto de partida una ‘noticia periodística’: Wakefield, hombre común y sin otro particular, deja un día su casa y esposa, y se instala en una habitación al otro lado de la calle, de modo que puede observar desde allí sus propias dependencias. Allí permanece 20 años, cuando un día, sin razones aparentes, vuelve a entrar en su casa, retomando la vida matrimonial hasta su muerte. Tras el breve relato, el narrador nos invita a seguirlo en un intento por entender los pasos del personaje homónimo. Wakefield, hombre común, pero en realidad ‘con algo de extraño’ (little strangeness), deja su casa como un juego, quizás, se sugiere, para ver cómo reacciona el mundo frente a su desaparición. Este  juego sin embargo se va escapando de sus manos, en la medida en que el tiempo pasa, el mundo sigue corriendo con su ritmo y Wakefield se va acostumbrando a ‘contemplar su mundo desde afuera’. 20 años pasan sin que el hombre se revele contra la necesidad de su nueva costumbre: un día sin embargo, el frío y la lluvia lo sorprenden caminando frente al portal de su casa; la imagen del fuego que enmarca la silueta de su mujer, la fuerte imagen del ‘hogar’ que contrasta con la tormenta amenazante, mueven al hombre a tomar la iniciativa que en 20 años no se vio forzado a encarar: volver a su hogar. Hawthorne nos prometió al comienzo del relato entregarnos una ‘moraleja’ según su costumbre puritana: los individuos se ajustan a un sistema, a ‘una costumbre’, que funciona con independencia de ellos mismos; cuando uno de éstos decide por tanto dar un paso al lado, el sistema vuelve a cerrarse y el individuo pierde su lugar; por esta razón Wakefield es, de algún modo, ‘el paria del universo’ (the outcast of the universe).

El punto de vista es en cada uno de estos relatos completamente diferente. En el primero accedemos a la conducta del protagonista a través de la subjetividad del narrador, quien, tan contrariado como nosotros, sugiere sin demasiado convencimiento una interpretación que sólo parcialmente podría justificar la conducta del ‘hombre’. En el segundo, en cambio, se nos presenta la historia como un hecho periodístico, traído por la memoria, pero documentado. Por otra parte, la interpretación del narrador en el segundo relato constituye propiamente la ‘formalidad’ de la historia – es la historia misma –, lo que en el caso del primero no podría aceptarse. Ambos relatos sugieren la preeminencia de la interpretación sobre la narración de hechos, en la medida en que los hechos por sí solos parecen carecer de sentido: pero mientras en Bartleby el sentido debe encontrarse en el narrador – a pesar de él mismo –, en Wakefield éste es dado en la narración (aunque el sentido sólo puede ser realmente dado cuando es a la vez interpretación).

Pero puede preguntarse, ¿tiene Bartleby un sentido? Si lo que se quiere es presentar precisamente el ‘sin-sentido’, ¿puede buscarse lo contrario? Si tomásemos la conducta de Bartleby sin referencia al narrador, podríamos quizás decir que nos encontramos frente a un comportamiento ‘sin-sentido’. Ahora bien, ya lo haga el narrador, ya lo hagamos los lectores, el comportamiento del escribiente salta a la vista como absurdo en oposición a nuestras categorías racionales. Sólo el ‘sentido’ puede interpretar un hecho como ‘sin-sentido’. A esto se debe el que distintas corrientes literarias vean en Bartleby ‘al que se resiste contra un sistema finalmente absurdo’. De este modo, el comportamiento aparentemente sin-sentido es reconocido como uno que o ‘es producido por el mal endémico del sistema’ (alienación) o ‘es la única razonable reacción frente a éste’ (nihilismo). El mismo narrador reconoce en su sugerencia interpretativa un curso de acción razonable en el comportamiento de Bartleby: se trataría de un ‘sufriente’ (un pobre Job) o uno ‘que sufre con la humanidad’ (una imagen de Cristo).

De un modo u otro es necesario enfrentar en este relato la mediación del narrador. Esto se pretende precisamente con las interpretaciones que sugieren una lectura a partir de la figura del Doppelgänger, ‘el doble’ o ‘la conciencia esquizofrénica’. ¿Cómo escapar – como matar – ‘mi yo irracional’ cuando quiero que reine en mi actuar la razón y el método? ¿Existen realmente ‘buenas razones’ para tomar una decisión? ¿Por qué he de actuar por ‘razones’ en vez de ‘preferencias’? Todo narrador conforma de algún modo un ‘doble’ con su protagonista, mas en Bartleby dicha situación podría entregarnos la clave interpretativa.

El comportamiento de Wakefield no es menos raro ni menos irracional que el de Bartleby. Sin embargo, su ‘vuelta a casa’, el carácter episódico de su comportamiento, aleja de alguna manera la hipótesis del ‘sin-sentido’. Paul Auster subraya en el relato Ghosts de su Trilogy of New York que aunque Wakefield es un paria, puede ‘al menos’ volver a casa. Wakefield ‘tienta’ al hombre racional, como intenta sugerirnos el narrador al imputar a la misma costumbre la permanencia fuera de casa que  la que llevaba al hombre a permanecer en ella. Es sólo el impulso inicial – un juego antes que una decisión – el que desborda las categorías racionales. Pero éste impulso, añade el narrador, ¿no está en todos? ¿No es el impulso ‘por el cambio’ un peligro que siempre amenaza con destruir la costumbre y la permanencia?

La ‘costumbre’ parece ser interpretada en analogía con la ‘necesidad cósmica’ en la moraleja final. Por esto es que antes que una moraleja, el narrador nos presenta aquí una ‘cosmovisión’. J. L. Borges subraya este punto en uno de sus ensayos: Hawthorne tenía una imaginación que desbordaba sus pretensiones puritanas de entregar con sus relatos una enseñanza moral. Aquí vemos sólo la ‘apariencia de una moraleja’ en la advertencia ante el peligro de ‘escapar del sistema’. No se trata del peligro al que conduce un vicio, de la amenaza detrás de la tentación, sino de una constatación pesimista: si osas dejar el rumbo de las cosas habituales, debes saber que quizás nunca más seas recibido en tu hogar. Así lo expresa muy enfáticamente la pluma de Hawthorne: ‘es peligroso abrir grietas en los afectos humanos. No porque rompan mucho a lo largo y ancho, sino porque se cierran con mucha rapidez’ (It is perilous to make a chasm in human affections; not that they gape so long and wide –but so quickly close again). Pero Wakefield vuelve a casa. Parece que la realidad no es tan cruel como la fantasía.

Tanto Bartleby como Wakefield subrayan de uno u otro modo el peligro, el destino y quizás también la belleza del comportamiento social que escapa a las reglas del juego. No es un llamado a la rebelión, sino una defensa de la diferencia. Y en este sentido, estos dos bellos y originales relatos del siglo XIX mantienen una actualidad absoluta.

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