Archivo mensual: septiembre 2015

Ecología práctica y contemplativa. A propósito de la Encíclica Laudato Si’

imagesJosé Antonio Giménez

Laudato si’ es una encíclica revolucionaria, que profundiza en un camino de reflexión de la Iglesia de las últimas décadas sobre el problema ecológico. La continuidad con la Tradición de esta encíclica se muestra ya en un dato de carácter formal, pero nada baladí con respecto al contenido: los autores más citados son los últimos papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI, junto con el teólogo Romano Guardini, este último maestro del que fue entonces Joseph Ratzinger. La revolución de Laudato si’ no se encuentra, por tanto, en plantear un nuevo tema, sino en insuflarle a esta cuestión un nuevo espíritu, en unos tiempos muy necesitados de energía y luz para retomar el buen camino.

Lo más interesante de la Encíclica no está en mi opinión en acusar la crisis ecológica, sino más bien en poner en relación el mandamiento cristiano fundamental de la caridad con el respeto y cuidado de la naturaleza. Cuán avanzada esté la crisis y cuánta responsabilidad en el estado de nuestra Tierra cabe asignar al hombre – y luego, cuánta a los individuos y cuánto a las estructuras –, no son cuestiones que puedan resolverse sin recurrir a datos científicos y empíricos. Francisco presenta su evidencia y hace su juicio. Con más arrojo que cálculo sostiene que la crisis es evidente y que la responsabilidad humana es insoslayable. Estoy de acuerdo, aunque aquí el Papa no es ni se reconoce a sí mismo un experto. Donde sí, en cambio, la palabra del Papa tiene una autoridad particular es al señalar la raíz humana de la crisis. Más allá de cuánto hayamos contaminado o estemos en este momento contaminando, cuando actuamos con despreocupación al respecto no sólo dañamos la naturaleza, sino que dañamos al hombre. La crisis ecológica tiene su raíz, en este sentido, en el egoísmo del corazón del hombre. La ausencia de perspectiva ecológica en mi modo de actuar es producto tanto del desinterés por el otro (la persona) como por lo otro (la naturaleza). Francisco desarrolla a lo largo de la Encíclica dos tipos de argumentaciones ecológicas que sitúan la cuestión ecológica en una dimensión moral y cristiana.

En primer lugar, la Tierra – y quizás en el futuro se pueda hablar así también del Universo – es una “Casa” y, fundamentalmente, una casa que se comparte, una casa común. El papa Francisco hace aquí un juego etimológico (si bien no hay ninguna aclaración explícita al respecto): Ecología viene del griego oikos y logos, que podemos traducir literalmente como “estudio de la casa”, entendida la “casa” no sólo como el lugar material, sino también como el conjunto de relaciones entre los habitantes de ella. La conciencia ecológica supone en este sentido un profundo y delicado humanismo, que se preocupa tanto por el otro como por el lugar en donde éste habita. Conciencia ecológica significa, en este sentido, la ampliación de la conciencia social – que no es otra cosa que la aplicación a la vida común del mandamiento del amor al prójimo.

En segundo lugar, y siguiendo a Francisco de Asís, el papa Francisco adjudica un valor intrínseco a toda Creación. La interpretación del mandato del Génesis de “administrar la Tierra” ha sido por muchos cristianos mal comprendido como el permiso para el uso indiscriminado de la naturaleza y para el ejercicio sobre ella de una suerte de esclavización. El cristiano debiese, en cambio, comprender mejor que nadie que toimages 2da creatura proviene de un Creador y que es reflejo de su grandeza y ternura. Francisco nunca peligra de hacer de la naturaleza un ser personal como sí acontece en la ecología radical. Pero lo que no es persona no es tampoco un “objeto” ni un mero “medio para otra cosa”. Dios dijo de todo lo Creado que “era bueno” y que, por tanto, toda Creación contiene una perfección que nos invita a la contemplación.

La consciencia ecológica cristiana tiene la propiedad de tener una doble dimensión, una contemplativa y otra práctica. Así entiendo que mientras Francisco dedica los capítulos centrales al diagnóstico y a una propuesta de solución práctica de la crisis ecológica, comience y cierre su Encíclica con consideraciones de orden contemplativo y místico. La ecología práctica nos invita a reconocer en el cuidado ecológico la ampliación sin límites del mandamiento del amor al prójimo y el reconocimiento fundamental de nuestra hermandad originaria con toda la Humanidad del pasado, el presente y el porvenir. La ecología contemplativa nos revela el valor intrínseco de la Creación como camino de ascenso a Dios y nos devuelve a la comunidad preternatural con la totalidad de las creaturas.

Ambas dimensiones ecológicas no deben, sin embargo, permanecer una frente a la otra como departamentos estancos. Francisco sugiere esto implícitamente al señalar como criterios para el tratamiento de los bienes creados tanto la utilidad como la belleza. En el caso de la planificación urbana, por ejemplo, no podemos pensar en una ciudad que sea agradable de habitar, si no se hace a ésta, además de útil, bella. El hombre necesita de la belleza, tanto como del alimento, cuando de lo que se trata no es de simplemente “sobrevivir”, sino de “vivir bien”. Una ciudad, sin embargo, preocupada sólo de su belleza – concentrada en algunos barrios, mientras la fealdad se concentra en otros – no es tampoco útil ni amable con el hombre. La ciudad está hecha de cemento y no de árboles, sin embargo, su cuidado es también ecología – cuidado de la casa común –, a saber, ecología práctica y contemplativa.

150953Otro caso de conexión de la ecología práctica y contemplativa que trata Francisco es el caso del descanso dominical. Juan Pablo II insistía en Dies Domini también sobre este punto, tan poco considerado en la práctica por los cristianos: en imitar al pueblo hebreo del Antiguo Testamento al venerar el domingo. En el descanso dominical no sólo descansa la tierra que labramos, sino que descansa también la tierra que somos nosotros. Pero el descanso no es el “medio” para trabajar, sino el mismo “fin” del trabajo, como han insistido con tanto ahínco la filosofía y las grandes religiones desde sus orígenes. El descanso es fundamentalmente contemplación y fiesta. La ecología contemplativa orienta en este sentido las tareas de la ecología práctica: el descanso y la contemplación relativizan la urgencia de la efectividad y la producción, le dan al trabajo su justo lugar y, de este modo, vuelven a poner de relieve la una y otra vez olvidada dignidad del hombre. El descanso dominical es así el paradigma de la unión entre la ecología práctica (la ampliación del amor al prójimo) y la ecología contemplativa (la mirada de la naturaleza como Creación).

La Encíclica desarrolla muchos temas y deja mucho por desarrollar. Creo que es hora de hacer de la ecología una cuestión profundamente cristiana. Es posible que, haciendo esto, muchas otras cuestiones, sin duda importantes, se organicen de mejor manera y encuentren caminos de salida. La ecología pone en relación todas las cosas – en ese sentido, oikología no es muy distinta de lo que los antiguos llamaron kosmología, el kosmos como Orden en el que nos encontramos – y el cristiano no debe preocuparse tan sólo de lo próximo, sino también de la totalidad. O quizás, mejor, de ver en lo próximo siempre también la totalidad.

 

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