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Sobre el arte de conversar 2

p.d.

Mi amigo E.J. se sentó en la cómoda silla que le ofrecía el café Manon, al costado del puente Castaño, desde donde nuestro Mapocho muestra su mejor cara. Con el nerviosismo que ameritaba la ocasión prendió torpemente un cigarrillo y esperó la llegada de B.,  a quien esa tarde iba a declarar su amor, aunque el resultado fuese catastrófico. Había que hacerlo de uno u otro modo; la dilatación de este salto mortal  lo estaba carcomiendo por dentro, y necesitaba «quitarse del pecho, esto que le va oprimiendo» como cantan nuestros Ángeles Negros. B. llegó preciosa como siempre: atrasada, sonriente, y dilapidando tanta belleza que a E.J. le llegaba a doler. Después de conversar unos minutos sobre cosas irrelevantes, E.J. se hizo de ánimos, carraspeó, prendió un segundo cigarro y dijo: «B., te quiero decir algo muy importante» –«Dime», contestó B. poniendo una cara maliciosa.– «Te quiero decir que…» En ese acto, el celular de B. chilló con un pitido ensordecedor. Las palabras de mi amigo se perdieron en el mar agudo del desagradable sonido. «–Dame un segundo, tengo que constestar esto, es una amiga» sentenció B., alejándose rápidamente de la escena.
B. tardó varios minutos, minutos eternos en volver a la mesa. Sin siquiera disculparse (¿se disculpan las ninfas?) miró fijamente a los ojos de E.J. y le dijo: -«¿Me estabas diciendo algo, no?» Mi amigo soltó una carcajada y repuso: «Se me olvidó lo que te iba a decir…probablemente nada importante».

***

El celular prendido de B., esa costumbre  de estar tele-disponible para cualquiera a cada hora del día desencadenaron  en la cabeza de mi amigo un torrente de reflexiones amargas acerca de la fugacidad de la vida y la vanidad del mundo. En cuestión de minutos lo embargó el desengaño y la persona de B. le pareció leve, inexistente. De modo misterioso, su enamoramiento angustioso se trocó en una  sentimiento vago e indoloro de aburrimiento. Imaginó  la cara de B. sin dientes y con gusanos saliendo de la cuenca de sus ojos, y lo acometió un ataque de risa, que contuvo tosiendo. «Se me olvidó lo que te iba a decir… probablemente nada importante…» El celular de B. truena nuevamente. «–¿Nada importante? Entonces déjame contestar esta llamada, dame un minuto» replica B. «¡Tómate todo el tiempo que quieras!» – repone E.J., desviando la mirada hacia el torrente escaso del Mapocho.

 

***

«¿Sabes lo que más me molesta de todo esto?» -me confidenció E.J., mientras conversábamos unas semanas después del hecho, -«el que ahora no se puede estar con una persona; tienes que competir con miles de personas que pugnan potencialmente cada segundo por irrumpir y destruir toda conversación». -«¡Claro, viejo! – le dije yo «¡los celulares son una mierda! Tengo una teoría al respecto…» En ese instante suena el celular de E.J. -«¿Quién es?» le pregunto. «Es B.», me dice, poniéndose de pie, y buscando rápidamente un rincón para hablar en voz baja.

Y se alejó, y no lo volví a ver nunca más.

 

 

 

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7 tesis para repensar el Chile de Hoy después de las primarias presidenciales

por Gianfranco Tirronis, ex Mapu, hoy monje palamita del monte Athos.

1.- En la época colonial Chile era un país más culto que hoy porque se enseñaba latín como carrera.

2.- Hoy comerse un sánduich de 500 gramos en la Fuente Alemana es un acto más filosófico que leerse 500 gramos de papers.

3.-Schopenhauer: “La abolición del latín como idioma universal de los hombres cultos (…), ha sido una verdadera desgracia para la causa del conocimiento en Europa». J. Ratzinger: “el latín era la asignatura base de toda enseñanza escolar y se estudiaba con gran severidad y rigor, cosa que luego he agradecido toda mi vida. Como teólogo nunca he tenido nunca dificultad para estudiar las antiguas fuentes en latín y griego”.

4.- “Escuela de negocios” es uno de los grandes chistes etimológicos postmodernos.

5.- “Cultivado es el hombre que no convierte la cultura en profesión” (Gómez Dávila).

6.- “No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar las cosas internamente“ (San Ignacio de Loyola).

7.- “Just the fax, ma’am” (Bruce Willis en Duro de Matar 1)

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La verdad, la ambición y la codicia

FreeGreatPicture.com-14885-trinity-college-dublin-the-old-library José Antonio Giménez Salinas

La filosofía, como ha pasado con las distintas áreas del saber, ha entrado en las últimas décadas en una vorágine de producción y competitividad, que no tiene parangón alguno en la historia. La cuestión que parece aquí estar en juego es la siguiente: si lo que sucede es para la filosofía un signo de vitalidad o un signo de muerte.

Akira Kurosawa compara en uno de sus Sueños a van Gogh con una locomotora. La producción del arte no puede detenerse porque la luz del día se va a apagar. En el ocaso el artista quiere atajar los últimos rayos de sol. Los grandes, artistas o pensadores, han tenido que trabajar como locomotoras, porque tienen mucho por hacer y por decir. El amor por la obra de arte, por el objeto de estudio, les hace difícil el dejarlo de lado. ¿No es entonces la ‘locomotora’ una justa imagen del filósofo y la competencia – que la Academia estimula como nunca –, lo que propiamente corresponde a la filosofía?

No sabemos, sin embargo, si nuestras locomotoras contemporáneas están cargadas de saber o de alguna otra cosa. En último término, esto no puede ser del todo reconocido desde fuera. El ‘placer’ que se experimenta en la actividad intelectual es, por tanto, de importancia crucial para determinar si se está filosofando u haciendo otra cosa – juicio que sólo puede ser llevado a cabo desde la primera persona. ¿Qué tipo de placer debería experimentar el filósofo cuando filosofa? Platón nos ofrece una división de los placeres que considera la especificidad del placer de la actividad filosófica.

En el libro IX de la República Platón nos presenta un criterio objetivo y uno subjetivo para diferenciar los placeres. El primero supone una escala ascendente de la realidad que culmina en la Idea del Bien. Aunque el placer se experimente subjetivamente, existe una correspondencia entre el objeto y su modo de ser gozado. Consideraremos sin embargo para nuestra argumentación sólo el criterio subjetivo del placer. A la base de éste se encuentra la división tripartita del alma y la división entre modos de vida que se deriva de esta estructura, según cual sea el elemento que cumpla la función preponderante en el sujeto. A cada una de estas ‘potencias’ del alma le corresponde un modo de placer y un modo de deseo. En el filósofo prima la razón, el deseo de la verdad y el placer en la contemplación. En el ambicioso prima la voluntad, el deseo del honor y el placer del reconocimiento. En el codicioso, finalmente, gobiernan los apetitos y se desea la ‘ganancia’, por la cual los placeres más ‘fáciles’ pueden ser garantizados.

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Platón simula el caso de un ambicioso y de un codicioso que se aplican al conocimiento de la verdad misma. La tesis que defiende Platón es que en estos casos no podrá ser llevada a cabo de modo adecuado la actividad intelectual. Por una parte, el trabajo que exige entender las cuestiones intelectuales, les hará difícil llegar a conocer de verdad. Por otra parte, no experimentarán placer en dicha actividad. Finalmente, no adquirirán experiencia alguna de haberse dedicado a la tarea filosófica.

Pero quizás Platón se equivoca: no se debiese esperar de los filósofos que careciesen de ambición y codicia. Pero esta objeción olvida que Platón habla de modelos ideales o, a lo más, de sujetos reales donde prima una tendencia, sin que esto signifique la total subordinación de las demás. Lo fundamental de la tesis platónica se encuentra, en mi opinión, en la siguiente formulación: un codicioso y un ambicioso no pueden filosofar bien, porque la ‘verdad’ no puede ser tratada ni como ganancia ni como objeto de reconocimiento.

¿No se pone en peligro el deseo de saber una vez que prima tanto el deseo de fama o de ganancia? Yo creo que sí. Pero muchos opinan de otro modo. Dicen que tales deseos no sólo no son incompatibles, sino que la ambición – no la ‘ambición por el saber’, sino por la ‘mirada de los otros’ – puede motivar la mayor dedicación, la concentración en el trabajo, en fin, que por buscar los aplausos se haya llegado a saber más, gozándose a la vez en la actividad de la búsqueda intelectual. Lo mismo puede decirse de la ‘ganancia’: puedes postular a un concurso por querer ganar dinero – con nobles propósitos como alimentar a una familia – y así te ves impelido a investigar un tema que no estaba en tus planes.

El filósofo – un profesional sui generis, pero un ciudadano del mundo al fin y al cabo – no puede abstraerse del reconocimiento y de la ganancia. El problema aparece, sin embargo, cuando hablamos del deseo preponderante en su actividad filosófica. Platón acusa precisamente el fenómeno del pensador codicioso y del pensador ambicioso en su crítica a los sofistas y a los oradores respectivamente.

Protágoras cobra por enseñar su saber. Sócrates rechaza este comportamiento porque rebaja los ‘bienes del alma’ al nivel de las ‘mercancías’. No podemos desde nuestra situación juzgar a Protágoras con la dureza de Sócrates: no hay modo de vivir como filósofo sin cobrar un salario. Pero el rechazo de Sócrates no apunta tanto al recibir un sueldo como al relacionarse de un modo inadecuado con el objeto intelectual. La ‘verdad’ no es una mercancía, puesto que una vez ‘comprada’ – aprehendida –, no puede ser con igual facilidad ‘vendida’. ‘Ser convencido’ de algo implica identificarse con lo aprendido, de modo que la remoción de tal convicción, remueve también una parte de la propia identidad. El que comunica y convence de lo ‘falso’, deja al aprendiz en un estado de ‘autoengaño’, del que con dificultad podrá salir: no puede ser consciente de su error en la medida en que continúe estando en el error. La verdad que se alcanza pensando no es, por otra parte, ‘propia’ como una mercancía. Más bien se tiene por verdadero lo que puede ser ‘comúnmente’ aprendido por todos los hombres. El amor por la verdad en la enseñanza y en la escritura consiste por tanto en tener la cautela de no comunicar la falsedad y la consciencia de que no se está comunicando ‘lo propio’ cuando se dice lo verdadero. El amante de la verdad puede recibir un sueldo, mas no como paga por la ‘verdad comunicada’, sino por su servicio a instituciones que esperan, por razones muchas veces diversas, que el ejercicio de la búsqueda de la verdad sea organizadamente perseguido por académicos de tiempo completo.

Gorgias es, por otra parte, puesto en tela de juicio por ejercer el arte de la retórica. El retórico monta un espectáculo frente a un auditorio, el cual, embelesado, puede ser convencido de que lo blanco es negro y de que lo negro es blanco. La aprobación de los oyentes es conseguida por medio del dominio puramente formal del lenguaje, la apelación a las emociones y el halago de los apetitos. Sócrates ve en el modelo de la retórica una debilidad fundamental: quien busca a como dé lugar el convencer para alcanzar reconocimiento – y de ese modo, ‘poder sobre el otro’ –, no sólo se despreocupa de la búsqueda de la verdad, sino que camina en dirección opuesta a ella. La verdad puede ser incómoda, difícil de conseguir, e incluso una censura del auditorio. ¿Una retórica de la verdad puede entonces tener lugar? Sí, pero siempre y cuando se respete la prioridad de la verdad sobre la persuasión. Y esto significa que a veces se prefieran las pifias a los aplausos.

la_fama_virgilio_1500Es un hecho el que el deseo de ganancia y el deseo de fama no dejarán nunca de acompañar a la filosofía como actividad profesional. La codicia no será tanta, pues la ganancia prometida no es del todo espectacular. La ambición puede sin embargo ser considerable: el reconocimiento es la ‘justa ganancia’ que los filósofos profesionales creen muchas veces merecer. Es un reconocimiento de un mundo pequeño, pero exigente. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol. La academia contemporánea ha introducido, sin embargo, tanta competitividad en la filosofía profesional – y por tanto, tanta ambición –, que el ‘deseo de verdad’ se ve en peligro de ser desplazado por un preponderante ‘deseo de reconocimiento’. Es importante volver entonces a concentrarse en eso que buscamos cuando filosofamos y volver a gozar de la actividad intelectual por lo que ella misma trae, y no por los reconocimientos que un sistema aparentemente racional de medición y competitividad nos entrega. Sería triste que entre carrera y carrera se nos olvidase lo que vinimos a buscar.

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Una facultad de filosofía en la era del «paper» indexado

Por Pato D.

Quien es en realidad maestro, toma en serio todas

las cosas sólo en relación a sus discípulos –incluso a sí mismo

Nietzsche


Status quaestionis

La reseña del libro del Dr. Ehrlich provocó un diálogo muy interesante en el que aparecen varios temas, todos ellos más o menos conectados entre sí. En esta entrada del blog me gustaría retomar un punto que quedó en forma de interrogante. Mucho se dice sobre la crisis de las humanidades y la filosofía en el sistema académico actual, pero poco se propone de modo positivo para abordar esta cuestión La crítica al sistema actual, sería, según las palabras de Mario Molina, “un grito en medio de la cordillera, que desaparece con la misma fuerza que surgió”. El siguiente texto intenta responder a esta cuestión. Sin embargo, antes me gustaría formular un pequeño resumen de las ideas  expresadas en este blog por los que se han dignado a participar, para ponernos en contexto.

Una de las críticas a la filosofía actual era la “exigencia compulsiva de publicaciones”, que llevarían a los académicos a perder de vista el fin esencial de la filosofía y a dedicarse a publicar con el fin de abultar el curriculum o simplemente para “justificarse” ante la academia. Más aún, no se trata sólo de publicar, sino de hacerlo en determinadas revistas -según el ránking de indexación adoptado por cada casa de estudios-, en un determinado género (el del paper) y con cierta frecuencia. Este sistema académico, repito, el sistema cuantificado en base a indexaciones, me parece malo para la filosofía y malo para las humanidades en general; y peor aun me parece que este sistema se constituya como el medio para ponderar  la calidad de una facultad. Creo que lentamente reduce la praxis filosofía a una mera técnica publicativa que sólo consigue ensanchar las hemerotecas  y que pierde de vista la tarea esencial del filosofar.

Los que aquí han opinado están de acuerdo en que este sistema tiene costos, pero que en vista a los beneficios que otorga resulta a la larga un sistema positivo. Así, según Tomás Alvarado este sistema tiene ventajas morales sobre otro sistema, en la medida en que fomenta la laboriosidad a la vez que impide la proliferación de ciertos vicios académicos como el divismo o la flojera: “Si uno quiere trabajar poco, con poca presión y hartos privilegios, tampoco es un buen momento para hacer filosofía. Si uno tiene una actitud más modesta, sin embargo, si lo que interesa es simplemente comprender mejor ‘la cosa’ de que se trate, o contribuir a esa mejor comprensión, entonces                            -definitivamente-  este es el mejor momento para hacer filosofía”. Por su parte, Andrés Santa María considera que es saludable hacer la distinción entre “el oficio del filósofo    -cuyo ejercicio nos permite vivir- y la filosofía misma”. El oficio de filósofo consistiría en la vorágine del mundo publicativo, y la filosofía misma sería más bien el encuentro dialógico vivo entre profesores y alumnos. La filosofía no estaría muerta, señala Andrés, porque sigue existiendo este mundo. Por su parte, Mario Molina que el sistema actual es excelente desde el punto de vista de la coordinación de la investigación, porque “genera la posibilidad de cuantificar el trabajo realizado por sus investigadores, de distribuir recursos según este ordenamiento a las distintas facultades y de poder seleccionar las mejores universidades en conformidad con este mismo criterio”. Según Mario, no hay razones de por qué, si el resto de los académicos están sujetos a este sistema de los mediciones (pensemos en los científicos) no habrían de estarlo los profesores de filosofía. Sin estas herramientas “¿cómo justificarán su sueldo los filósofos frente a las autoridades? […] ¿Quién puede garantizar que el outsider de la filosofía realmente trabajará, y no se sentará a escribir meras estupideces?” Hasta aquí Molina. Cristián Dagnino retoma la cuestión planteada por Toño Giménez: “¿progresa la filosofía como progresan las ciencias empíricas?” Si la respuesta es no, como todo parece indicar,  entonces habría que dejar de soñar con sistemas unívocos de medición y tratar a la filosofía de un modo que tenga en cuenta su constitución como disciplina cuyo núcleo es esencialmente sapiencial.

Una facultad de filo-sofía en la era del ISI

Si es verdad que la filosofía como tal no se despliega en la mera publicación, sino que en la labor conjunta de profesores y alumnos para responder las cuestiones centrales que plantea la razón humana (Dios, alma y mundo para expresarlo en los términos de la escolástica moderna), entonces, ¿cómo sobrevive ese tipo de estudios en una universidad actual, donde los profesores viven de lo que hacen y tienen que rendir cuenta a sus superiores -ya sea al ministerio de educación, la junta directiva o la junta de accionistas? La cuestión es realmente complicada, pero creo que así planteada no llega a ninguna parte. Si la pregunta es: “¿Cómo puede sobrevivir una facultad de filosofía en la era de la cuantificación?” entonces la respuesta es que no puede sobrevivir. Toda la discusión de la “justificación” de la filosofía supone que ésta se ha sido puesta en tela de juicio por una instancia externa a la misma filosofía, y yo creo que la filosofía sólo se justifica “desde dentro”. Es parecido al caso de un joven que sale del colegio y que quiere estudiar filosofía y tiene que explicarle a su padre el porqué de su elección. El padre entenderá que la elección es razonable sólo cuando capte de un modo u otro -de modo oscurísimo o vago, da igual- que dedicarse a la filosofía es algo valioso para la sociedad, así como también  la panadería o el construir puentes lo son. Esta captación ya es, en cierto modo, filosófica, y no externa a ella, pues comparte su supuesto básico: la filosofía no es útil al modo de la agricultura o la medicina, que produce una buena uva o cura a mi hijo.

Por el contrario, si la filosofía se considera una actividad injustificable (motivos sobran: no produce dinero, no “crea” conocimiento, no ayuda a erradicar campamentos o promueve la arrogancia), entonces no se le tolerará sino por medio de una regla externa a ella: que avance, que produzca cosas, aunque sea prestigio o fama, que se reducen fácilmente a bienes más concretos (por ejemplo, también puede ser de ‘buen tono’ que los ingenieros comerciales sepan quién fue Kant: en ese caso, la facultad de filosofía será la facultad del ‘barniz cultural’). Se me objetará que son los mismos profesores de filosofía los que han creado el sistema de papers y que nadie externo se los ha impuesto. Puede ser;  en ese caso han hecho suyo un argumento extraño a la filosofía (toda ciencia avanza; la filosofía es ciencia; ergo ésta avanza= hagámosla avanzar),  y se han acomplejado, como señala Pablo Follegati, de modo que lo vale como criterio particular  es impuesto como criterio universal. Demás está decir que dentro de la filosofía, hay personas que publican cosas excelentes, y se les da bien ese oficio filosófico. Hay otros con un competencia nata para traducir, para editar obras que se han transformado en clásicas, justamente por ser filosóficas. Pero hay tipos que tiene más talento pedagógico. ¿Es éste menos digno de una facultad de filosofía? Creo que la cosa es al revés. 

Se me ocurren una serie de principios prácticos para una facultad ficticia de filosofía que de algún modo se desprende de lo anterior:

Financiamiento: No buscar subsistencia fuera de sí misma, es decir, no mendigarle a alguien que no entiende para qué da su limosna.  Sacar y sacarse la idea chicago-boy de la cabeza de que lo que no se autofinancia es sospechoso. (Esta idea está bastante extendida en el ámbito académico: facultades de letras han sido cerradas y parece que las Becas-Chile van en esa dirección con «la nueva forma de gobernar» y su afición por los ránkings.)

Oficio: promover la diversidad de estilos entre los profesores, no encasillarlos a todos dentro del “estilo paper”. Promover también el estilo pedagógico, el estilo divulgador, etc. Por lo mismo, medir el rendimiento de los profesores con métodos analógicos y no con una misma vara. Creer menos en el CV y más en las personas de carne y hueso, sin por eso caer en el «amiguismo» o «pituteo» tan clásico chileno.

Relación profesor-alumno: Fomentar la actividad pedagógica, de modo que los profesores tengan tiempo de estar con los alumnos en instancias académicas y extra-académicas (como las notables “sociedades platónicas” que armaba J.T. Alvarado).

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Edad de oro y milenarismo

por Toño

[NB : este artículo retoma el diálogo provocado por la reseña del libro de Viktor Ehrlich, ver infra]

Está tomando color la discusión, se van fijando los polos, a pesar de que en las primera líneas ‘estemos todos de acuerdo’. Como me considero en un polo – el polo ‘milenarista’ – le voy a contestar a José Tomás – el polo ‘edad de oro’ -. Quizás en el concenso acordamos que estamos en la edad de bronce, la edad de los hombres.

1. ‘Hay muchos Platones produciendo filosofía’.

Simplemente no lo puedo creer. Sé que hay muchos nombres sonando para la gente que está concentrada en la filosofía analítica, pero al menos yo no he aceptado aún la tesis de que la filosofía analítica es la filosofía misma – y no sólo un modo(o moda) de ésta-. Es cierto que la Analítica, que partió siendo Filosofía del Lenguaje, hoy habla de ética, de metafísica e incluso de arte. Aquí en Münster se habla de Filosofía Práctica cuando se refieren a Meta-ética analítica y hablan de Filosofía Teórica cuando se refieren a Filosofía de la Mente. Pero todo eso me es ajeno, así como a la mayoría de los que proclaman la Analítica les es ajena la tradición filosófica (José Tomás es una significativa excepción).
Creo eso sí, absolutamente, que hay una hegemonía de la filosofía analítica, así como hay que aceptar la hegemonía del sistema económico liberal más allá de que nos guste. Sin intentar sostener una gran tesis sociológica, USA no sólo salió vencedor de las grandes guerras en cuanto al dominio económico, sino que consolidó sus universidades, su sistema de investigación, el modo de producción intelectual y la hegemonía de su lengua. El paper, que nos atañe a todos, nos guste o no, es una estructura perfecta para un tipo de filosofía, yo diría que incluso para la lengua inglesa. Obedece al sistema de progreso de las ciencias naturales, promete resultados, rápidos y medibles. ¿Por qué permiten que exista la Facultad de Filosofía, qué estado moderno va a gastar su tesoro por la filosofía, ese tonel sin fondo? ‘Mira, pues que muestren resultados, queremos números, nos da lo mismo lo que hagan, ustedes son para nosotros como la facultad de Egiptología, queremos simplemente que sean los mejores rankeados’. Y la Analítica se acoge a esa estructura, no es más influyente en la sociedad que cualquier filosofía anterior, pero eso no es lo que importa, nadie le está pidiendo a la filosofía que cambie el mundo – ojalá por cierto que se saque esas ideas de la cabeza. Lo que tenemos es una ‘dinámica de secundaria gringa’ entrando a las aulas de la Academia: perdedores y ganadores.

Que hay mucho gran filósofo, que hierven las aulas con nuevas teorías? Yo no siento esa ‘primavera’ en el aire, perdón, es que yo no sé de qué están hablando! Absolutamente indefenso a ser criticado de ignorante, aunque preferiría que se me criticara por desinterés y aburrimiento, quizás por falta de ‘enthusiasmós’ frente a los nuevos modos de manifestación del Ser.

2. ‘Si uno quiere trabajar poco, con poca presión y hartos privilegios, tampoco es un buen momento para hacer filosofía’.

Que éste sea un tiempo bueno para los aplicados y un tiempo malo para los flojos (ven las cosas negras, pero la verdad es que tienen que ponerse las pilas!) lo acepto en un sentido: si escribo, significa que trabajé; si no escribo significa que no trabajé: conociendo ese mensaje, que todos tenemos en nuestros oídos, que nos pesa en nuestra conciencia, sólo el flojo no escribe, a menos que ese mensaje no pese sobre él, porque de alguna manera logró – hay maneras – garantizar su supervivencia. Yo quiero en el futuro trabajar en una universidad, no cuento con otra manera de supervivencia, escucho y me pesa el mensaje, luego si no escribo, sería un flojo. Pero habrían otras muchas maneras – si no nos pesa el mensaje – de no ser flojos: haciendo clases, dirigiendo tesis, fundando grupos de conversación con colegas y alumnos y quizás escribiendo un nuevo manual de ética para los alumnos de primer año. También escribiendo papers, porqué no, pero cuando tenga una buena idea y cuando esa idea se adecúe al formato paper. Lo de ‘poner la carreta delante de los bueyes’ que señala José Tomás, no es un caso demasiado particular, es muchas veces un modus operandi: pues si primero tengo mi contrato de trabajo, el mensaje de que debo escribir papers pesa sobre mí, creo que los bueyes se me quedaron ya atrás. No es que la mayoría de lo que se escribe sea basura, en general es bueno – yo hablo ahora de Antigua – y cumple con un mínimo de seriedad que es muy útil. Pero tiende al infinito, te puedes volver momia cubriendo las exigencias. No es mala la literatura, pero es tan enorme que se vuelve su lectura efímera como leer el diario.

Yo creo finalmente que en el fondo hay un modo distinto de entender la filosofía: no entiendo la expresión ‘producir filosofía’, creo que entiendo esta tarea de otro modo. Precisamente ahí veo yo la humildad del filósofo: leer la tradición, reconocer que las preguntas son las mismas, que los problemas son los mismos y que yacen en el fondo en el asombro del ser humano por el mundo y sí mismo. Reconocer que hablar de progreso en filosofía es una ideología.

Para mí sería útil conocer la respuesta a esta pregunta: Euclides para los matemáticos tiene valor histórico, quizás incluso propedeútico, pero fue necesariamente superado; los analíticos ven a Platón del mismo modo?

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Reseña: Una polémica intempestiva. Reedición de Viktor Ehrlich (1973) Die Krise der Philosophie.

El profesor Dr. Viktor Ehrlich poco antes de su muerte

Reseña de  Viktor Ehrlich (1973) Die Krise der Philosophie. Hoffnunglosigkeit Verlag, Tübingen-Münster-New York, 300 pp.

Por Pato D.

El profesor Ehrlich representaba,  antes de su repentina muerte en 1978 , uno de los pocos “outsiders” que quedaban en el mundo filosófico alemán. Luego de habilitarse con una tesis sobre la relación entre la realidad y el pensamiento  (Logos und Wirklichkeit. München 1935) y ejercer de catedrático de filosofía en muchas universidades, renunció antes de tiempo a la Universidad de Heidelberg, alegando que la universidad como tal había dejado de ser hace varios años un lugar adecuado para cultivar el genuino saber. Las palabras del profesor Erlich estremecieron en ese entonces al mundo académico. “Estos antiguos edificios” -señaló en su despedida en 1972- “que otrora albergaban a profesores y estudiantes enamorados del saber y ansiosos de buscarlo, se han convertido en oficinas de funcionarios grises (graue Beamte), de seres apocados que creen saber pero cuyo única actividad es el  aumentar la masa de escritos huecos y pseudofilosóficos, llenando anaqueles de revistas de “expertos” que poco o nada contribuyen al diálogo filosófico como tal, de modo que las verdaderas preguntas quedan incuestionadas (unbefragt)”. En las semanas siguientes, tales afirmaciones fueron puestas en tela de juicio  por otros profesores de la facultad, entre ellos el Dr. David Niedrigseele. El prof. Niedrigseele, experto en filosofía antigua y autor de numerosos artículos (entre ellos el famoso Functionalism of the soul in an unknwon fragment of Pseudo-Aristotle  in Bk 573-ba [Phronesis 1970]) señaló que “el profesor Ehrlich está profundamente equivocado. Nuestra facultad es de las mejores no sólo de Alemania, sino de Europa. Como cuerpo docente somos el que más ha publicado en las revistas indexadas más importantes del rubro”. A su vez, la dra. Gudrun Dämlichesten, catedrática de epistemología y filosofía de la percepción, tildó al dr. Ehrlich de pesimista. “Hemos avanzado bastante en nuestra comprensión de la naturaleza de las entidades teóricas que refieren a los estados mentales senso-perceptivos en los últimos 15 años, y esperamos seguir haciéndolo” agregó optimista. El prof. Richard Eifältigkeit, a cargo de la cátedra de Lógica, fue aún más tajante: “El profesor Ehrlich es de los que cree que la filosofía es un saber especial y no uno más dentro de la división del trabajo académico; eso se debe a que jamás comprendió que la filosofía no es más que la clarificación de relaciones entre cuantificadores y predicados, y no una especie de saber privilegiado, como él quiere” (Geschichte einer Polemik [1972], pp. 34 ss.)

El libro Die Krise…ahonda en las razones de la  polémica renuncia e intenta explicar el alcance de su famoso discurso. El libro consta de 3 partes. La primera consiste en un estudio histórico sobre la filosofía en su relación con el quehacer académico.  El núcleo central de la exposición lo conforman una serie de esbozos históricos en donde se analizan ciertas corrientes histórico-culturales de los últimos dos siglos en relación con el papel que han jugado las ciencias del espíritu (Geisteswissenschaften) en la configuración cultural de una sociedad. La segunda parte lo conforman una serie de diagnósticos que dan por muerta a la universidad y a la filosofía como quehacer académico. Según Ehrlich, la vulgaridad como modo imperante de la vida moderna-democrática, el descrédito de las humanidades ante las ciencias empíricas, el auge de la filosofía analítica de corte logi-empirista, la mala calidad de los alumnos y la exigencia compulsiva de publicaciones conforman un círculo vicioso (Teufelkreis) del cual es difícil escapar, según las palabras textuales del profesor (pp. 145-156). La tercera parte es una serie de ensayos inéditos sobre diversos temas que tocan de modo tangencial el tema expuesto en los capítulos anteriores. Entre ellos destacan “Die Musik und die Götter”,  “Analogie und Denken”, “Gott als Ziel des Philosophierens“. Un libro muy bien escrito, polémico y a ratos mordaz, que promete llamar la atención sobre un mundo que pierde paulatinamente su fuerza originaria y su rol, tal como lo hizo en su primera aparición en 1973.

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